domingo, 11 de julio de 2021

Los Perdedores - Capítulo 2

  Hace cien años, una lluvia de estrellas pudo ser vista desde una ciudad del sur llamada Industrial City. La gente se iba al campo, a la montaña o simplemente se subían en los tejados de sus casas para verla. Pero había una pareja de recién casados, que vivía en una granja casi a las afueras de la ciudad, a la que no le importaba mucho ver ese tipo de cosas. Lo que esa familia no se esperaba era que esa misma noche una de aquellas estrellas fugaces aterrizaría en su granero. Hizo una explosión tan ruidosa que pudieron oirlo desde su casa, por lo que se vistieron con lo primero que pillaron y fueron corriendo a ver que había pasado.
    Cuando llegaron al lugar estaba todo destrozado. Esperaban encontrarse un trozo de piedra enorme incrustado en el suelo, pero en su lugar... lo que parecía que había aterrizado ahí era una cápsula de metal. Ambos se quedaron inmóviles al encontrar eso, no sabían lo que era. De pronto, la cápsula comenzó a abrirse, parecía una tecnología muy avanzada, como del futuro, pero a su vez parecía antiguo. Uno de ellos cogío valentía y se aventuró hacia ella, para ver qué había en el interior. Caminando entre los escombros, llegó con dificultad hasta el cráter que había dejado el impacto. Timidamente se fue asomando al avanzado dispositivo y consiguió ver lo que había en el interior. Era un bebé. 
    Ambos quedaron sorprendidos, eran lo que menos esperaban encontrarse. Se preguntaron de donde vendría. ¿Sería extraterrestre? Era la única respuesta que se les ocurría. Aún así, a pesar de todo, esa noche aquella pareja decidió criar a ese bebe. Era una chica, le llamaron Rose.
    Rose sufría una particularidad, su piel era de color morada y conforme iba creciendo de la cabeza  le comenzaron a salir dos bultos a cada lado, parecían cuernos; aún así eran tan pequeños que su propio pelo los ocultaba. Las nueva familia de Rose decidió criarla en secreto. Sabía que en cuanto todo el mundo viese un extraterrestre de color morado en la ciudad comenzarían los problemas, por lo que Rose pasó toda su infancia en aquella granja, sin tener contacto con nadie del exterior. Pero su aspecto no era en lo único en lo que destacaba Rose, conforme iba creciendo comenzó a descubrir habilidades físicas y mentales que un ser humano normal no podría alcanzar. Tenía tal fuerza que podía levantar una furgoneta con un solo brazo sin esfuerzo, y poseía una dominio increíble de la tecnología. Fabricó objetos tan avanzados para su familia que parecía que vivían en el futuro. 
    Con el tiempo, estas habilidades hicieron que Rose tomara una decisión: le contó a su familia su deseo de independizarse e irse a vivir a Rocket City, donde podría aprovechar sus habilidades para el bien de la ciudad. Para su sorpresa, respetaron su decisión. Así fue como Rose se fue a vivir a la ciudad más grande del país, lugar dónde su vida cambiaría por completo. Vivió allí años y años. Lo que le hizo notar que otra de sus características al ser extraterrestre era que envejecía muchísimo más lento que los humanos. A pesar de tener cincuenta años, aparentaba veinticinco. Se preguntaba a sí misma cuántos años viviría si envejecía tan lento... todos esos años que pasó allí Rose fue descubriendo todo un mundo que no podría haber descubierto si no llegase a salir de la granja. Se enamoró de la ciudad, de su gente y de sus costumbres.
En el año 951, apareció Megatón, un tipo que decía ser un superhéroe y que salvó a cientos de personas en un accidente de tren gracias a sus superpoderes. Fue en ese momento cuando comenzó la era dorada de los superhéroes. Y al poco tiempo se crearía el famoso grupo llamado Los Guerreros de la Paz. Rose se unió a ellos para así proteger no solo la ciudad, el planeta que amaba. Es así cómo se convirtió en una superheroína.






  La anoche avanzaba con lentitud. Cindy llevaba ya muchas horas conduciendo, pero aún así quedaban varias horas más de viaje hacia Sierra Ánima. Se le estaba haciendo eterno y se encontraba muy cansada. Afortunadamente el camino era simplemente una linea recta que seguir y no una carretera llena de curvas, pues con el casco puesto le resultaba algo incómodo conducir. Aunque veía bien, no estaba acostumbrada. Detrás suya estaban todos sentados, no se habían movido de sus respectivos asientos. Rana-Man y Poorman no habían vuelto a intercambiar palabra, parece que ya se habían calmado, mientras que Zombriz intentó sacar varios temas de conversación sin ningún éxito. Luciérnaga estaba demasiado serio y absorto en sus pensamientos para hablar.
     Cindy poco a poco fue reduciendo la velocidad hasta aparcar la caravana en un lado de la carretera. 
    —¿Nos detenemos?—preguntó Luciérnaga.
    —Estoy cansada—respondió Cindy—, pensaba irme a dormir un rato o, si lo preferís, me tomo un café y sigo hasta llegar.
    —Déjalo, sigo yo—dijo Poorman—. Hace tiempo que no conduzco, pero todavía me acuerdo de algo.
    —¡Como quieras! Si me voy a dormir mientras tú conduces me quedo tranquila, confío en ti.
La Sra. H.A.T se levanto del asiento del conductor para dejar a Poorman. Este se levantó del suyo y se sentó, listo para conducir. Cindy se lo pensó un poco y antes de dormir prefirió sentarse un rato mientras se tomaba algo.
    —¿Tenéis hambre?—preguntó—. Aquí al lado de las camas hay una neverita con algo de comida.
    —No, ¡pero gracias!—respondió Zombriz amablemente.
    Rana-Man siguió de brazos cruzados y giró la cabeza hacia otro lado para hacer como que no les escuchaba, aunque en el fondo se estaba muriendo de hambre.
    —Yo me voy a hacer un sandwich. Cuando queráis algo cogedlo, eh. No os cortéis. Mientras dure esto, esta caravana será como vuestra casa.
Cindy se hizo un sandwich de atún con una lata sin abrir que había en la nevera. Despúes fue a sentarse con George y Luciérnaga. Cuando estaba a punto de comérselo, Cindy se quedó quieta, como si se acabase de dar cuenta de algo. Luciérnaga y George le miraron extrañados, no sabían qué le pasaba. Pero les resultaba tan extraño que no se moviera que les daba incluso algo de apuro preguntar.
    —Vaya, y ahora cómo como sin quitarme el casco.
    Cindy soltó una breve a carcajada al darse cuenta de la situación. Rana-Man se llevó las manos a cara.
    —Se suponía que tú eras la lista—le dijo.
    A George y Luciérnaga les hizo gracia el momento de estupidez de la Sra. H.A.T. y comenzaron a reir. Antes de partir de Rocket City ella decidió no quitarse el casco bajo ningún concepto para así no revelar su identidad. Así se protegía a ella misma, ya que los mandamases de ESV sí que sabían cómo era su cara y si la veían yendo a Sierra Ánima la reconocerían en seguida y comenzarían los problemas. Pero sobretodo así protegería a su familia. Quién sabe con qué gente peligrosa tendría que enfrentar aparte de a ESV.
    —No es que no confie en vosotros, chicos. Es por mi propia seguridad—explicó—. En fin, supongo que tendré que comer en el baño. 
    George comenzó a fijarse en el casco amarillo de Cindy y a mirarlo de arriba a abajo sin perderse ni un detalle. A simple vista parecía un casco normal, lo cuál le llamaba a un más la atención.
    —Oye, ¿y ese casco no es como muy incómodo?—le preguntó Zombriz, sin apartar la mirada de él—. ¿Si quiere proteger su identidad no sería más fácil usar una máscara?
    —No es un simple casco—contestó Cindy, con un tono muy amable—. Lo diseñamos mi marido y yo. Le pusimos un sistema digital y un montón de gadgets tecnológicos. Con él puedo detectar huellas en el suelo que no se pueden ver a simple vista, puedo hacer un escáner de los enemigos y saber cuál es su punto débil, tengo control de la temperatura y humedad del ambiente, un sistema de sonido con el que puedo escuchas cosas muy lejanas... 
    —¡Espera, espera!—interrumpió Rana-Man muy repentinamente—. ¿Entonces tú no tienes poderes?
    —No.
    —Yo tampoco—contestó Poorman, metiéndose así en la conversación mientras conducía.
    —Pues estamos apañados—sentenció.
Poorman, aún intentado estar concentrado en la carretera, no podía evitar arrojar algunas de sus opiniones, como hacçia siempre que tenía una.
    —Los poderes no hacen al héroe, chico. Nosotros contamos con ímpetu de cambiar las cosas y de ayudar a la gente, eso es lo que nos convierte en héroes. Además para ganar una batalla no importa la potencia sino tener una buena estrategia. Si Sra. H.A.T es tan inteligente nos liderá correctamente. Además, puede que ella y yo no tengamos poderes, pero el resto de vosotros sí, ¿me equivoco? 
    Luciérnaga interpretó esas palabras de Poorman como una invitación a que cada uno contase qué era capaz de hacer, decidió empezar él.
    —Bueno, yo puedo manipular la luz a través de mi cuerpo y lanzarla en forma de energía. Estos poderes provienen del Sol. No creo que tengan una explicación científica, sino más bien mágica. Es algo relacionado con una tradición de Yuma, la ciudad donde me crié. Desde pequeños se nos enseña a adaptar nuestro cuerpo y tomamos el Sol como nuestra fuente de vida y poder. Es algo así como una religión. De pequeño no prestaba mucha atención a eso, me parecía una tontería, y ahora que soy adulto... me arrepiento de ello, estos poderes son mi recuerdo más preciado. ¿Y tú Rana-Man?
    Rana-Man soltó un largo suspiro. Se moría de la gigantesca pereza que le daba explicar sus poderes, aunque realmente le da pereza explicárselo a todo el mundo. Pero, debido a su sueño, al cansancio o a que se moría de hambre, de puro milagro decidió hablar un poco.
    —Yo... puedo saltar muy muy alto, a veces, si el edifico no es muy alto puedo saltarlo incluso entero (de ahí que me llame "Rana-Man", obvio). También tengo una piel muy muy dura. Si me pegan no me duele y me sirve para resistir la caída al saltar tan alto. Y ya está. Mis poderes tienen una pega pero no os la voy a decir, eah.
    —No lo entiendo, ¿entonces por qué usas armas de fuego?—preguntó Luciérnaga.
    —¿Eh?—Rana-Man se quedó confuso, tampoco entendió por qué Luciérnaga hizo esa pregunta, le parecía muy obvio—. Pues con algo tendré que enfrentarme a la gente. Y porque molan, yo qué sé.
    —Pero no las necesitas, ¿no? Quiero decir... tienes la piel tan dura que puedes parar incluso balas con tu pecho, eso significa que con esa dureza si das un puñetazo tendría una fuerza y un impacto increíbles.
La Sra. H.A.T con sus conocimientos trató de explicar el por qué de la pregunta sobre las armas, aunque parecía que Rana-Man seguía sin comprenderlo, soltando un simple "¿eh?".
    —Qué tienes superfuerza y no lo sabías—añadió Poorman—. Enhorabuena, chaval, te vas a acostar con un poder nuevo. 
    —Q-qué va, no creo que tenga superfuerza. Si no hago ni pesas—trató de excusarse haciéndose el tonto. 
    Realmente no creía que eso fuese cierto. La cabezonería de Rana-Man era tal que a pesar de la revelación que le acababan de dar sobre sus poderes, no le dio muchas vueltas despúes, y se podría decir que ninguna.
    —Tienes superfuerza, Rana-Man. Ya lo verás—dijo Cindy—. ¿Y tú, George? ¿Qué puedes hacer?
    —Bueno, eh... yo... cómo sabéis yo recucité de entre los muertos. Morí hace unos cien años. Tengo recuerdos de mi vida pasada, aunque no demasiados. Desde que desperté aquel día enfrente de mi propia tumba, noto algo raro en mi, algo que no encaja muy bien... aparte de este color verde extraño de mi piel, que parezco un zombiz, desde ese día, puedo, puedo.... p-pue-ed... 
   Se quedó como paralizado. Unos segundos de silencio dominaron la escena. Llamando la atención de todo el grupo. De forma repentina, George se llevó las manos a la cabeza y comenzó a temblar incontroladamente.


    A una velocidad increíble comenzaron a salir lombrices de George, de todas partes de su cuerpo, envolviéndolo casi totalmente. Todos comenzaron a asustarse, no sabían lo que estaba ocurriendo. El único que sí lo sabía era Luciérnaga.
    —¡Apártense, todos!—gritó.
    George se giró hacia Luciérnaga y le lanzó lombrices a una velocidad tan alta que no le dio tiempo a reaccionar.  Las lombrices le atacaron e inmovilizaron. Era tal la fuerza que le lanzó a unos metros, al final del todo de la caravana donde se encontraban las camas. Luciérnaga parecía inmovilizado y mientras los demás seguían sin saber qué hacer, George salió de la furgoneta, abriendo la puerta con rabia. Casi al instante se comenzaron a oir unos sonidos aterradores. Fue entonces cuando Poorman, Rana-Man y la Sra. H.A.T decidieron salir, sus caras cambiaron completamente al ver lo que había fuera...






    El enorme destello que causó el poder de Luciérnaga hizo que el monstruo se retorciera, parecía que incluso le dolía. Todas las lombrices de las que estaban formadas su cuerpo se estaban volviendo locas. El monstruo cayó al suelo y comenzó a soltar vapor, quizá por el calor que emitió la luz de Luciérnaga. Las lombrices comenzaron a dispersarse, y con ello el monstruo se fue volviendo cada vez más pequeño. Hasta que finalmente una figura emergió de ahí.
 



    Se comenzó a oir un ruido entre los arbustos que había a un lado de la carretera, seguido de un incesante zarandeo de estos. Era Rana-Man, quién apareció a través de estos lleno de tierra y con hojas pegadas por todo su cuerpo. Había vuelto hasta allí andando desde donde aterrizó al ser lanzado por George. 
    —Zombriz—dijo—te pega llamarte Zombriz. ¿Zombriz? Zombriz. Por las lombrices... y eso. Qué asco.
    Después de soltar eso, como si se le acabase de ocurrir aunque en realidad lo estuvo pensando en todo el camino de vuelta, Rana-Man se fue directo a la caravana a dormir. Cindy y Poorman todavía se encontraban algo estupefactos por lo que acaba de pasar. Poorman, sin decir nada, volvió adentro. Cindy consiguió reincorporarse un poco.
    —Zombriz, digo... George... ¿estás bien?
    George seguía en el suelo, de rodillas. A pesar de estar consciente, no lo aparentaba. Tenía la vista perdida con la cabeza baja. No hablaba.
    —Cuando le pasa esto se queda muy exhausto, no te preocupes, Sra. H.A.T, yo me quedo aquí con él—dijo Luciérnaga.
A Cindy le pareció bien y entró en la caravana junto a los demás. Luciérnaga le estuvo siguiendo con la mirada hasta que entró y cerró la puerta, en ese momento se giró hacia atrás para ver cómo estaba George, pero ya no estaba ahí. Por un momento parecía que había desaparecido y por eso Luciérnaga, algo confuso, comenzó a mirar hacia todas las direcciones posibles, buscándole. Tuvo la suerte de encontrarle en pocos segundos. George estba caminando hacia fuera de la carretera, atravesando los altos yerbajos que había, y ocultándose entre los árboles. Entre toda esa hierba, buscó un lugar adecuado y se sentó. Delante de él la marabunta de hierba se extendía unos cuantros metros, donde empezaba la orilla de un enorme lago, tan grande que su otro extremo llegaba casi hasta el horizonte. El color de la luna se reflejaba en él dando un tono rojizo a todo el paisaje. George lo observó durante unos segundos, y luego echó la cabeza abajo.
    Luciérnaga le siguió en silencio hasta allí, para que no le viese. No era la primera vez que le veía así y sabía que a George después de transformarse no le apetece hablar con nadie, pero esta vez se notaba que estaba peor que otras veces. Por eso decidió intervenir.
    —Hola.
    La respuesta al saludo tardó, pero finalmente llegó.
    —Hola.
    —¿Estás bien?—preguntó Luciérnaga. Aunque, al igual que antes, su respuesta fue precedida por un largo silencio. Tenía claro que le iba a costar en un principio hablar con él.
    —¿Están bien los demás?—preguntó ahora George.
    —Sí, sí. Mandaste a Rana-Man al quinto pino, pero está bien. El tío es de hierro.
    Volvió a haber un silencio.
    —¿Sabes, Luciernaga? Pienso lo mismo todos los días. Me da muchísima rabia haber resucitado. Yo morí algo joven debido a una enfermedad que, por aquellos tiempos... no tenía cura. Pero morí feliz, rodeado de mis amigos y mi familia. Y un día, de repente, despierto. En frente de mi tumba, con estos asquerosos poderes y nadie me dice para qué, cuál es el motivo por el que estoy aquí otra vez. ¿Por qué no pudieron respetar que estuviese muerto? Odio esto.
    —¿Qué odias exactamente?
    —Estar vivo.
    —Bueno, si te ayuda oirlo, yo también estuve igual que tú una vez.
    —¿También resucitaste?
    —No, no me refiero a eso. Cuando pasó lo que pasó en la ciudad donde crecí... bueno, no me gusta hablar mucho de esto... sufrí una profunda tristeza. Puede sonar irónico, pero no veía la luz al final del túnel. Cuando estás así, parece que siempre lo estarás y que es imposible que la cosa cambie. Pero cambiaron. pasó tiempo, pero cambiaron. Tómate tu tiempo, y ya verás. Ahora mismo estás pasando por muchas cosas a la vez, es normal que estés así, pero cuando menos te lo esperes estoy seguro que te ocurrirá algo que te hará sentir mejor.
    —¿Tú crees que con el tiempo volveré a ser feliz?
    —Sí, seguro. Igual que encontraste la felicidad en tu otra vida, estoy seguro de que puedes encontrarla en esta.

 
    En ese mismo momento, otra cosa estaba ocurriendo en Sierra Ánima. En la famosa fábrica de botellas Indox, abandonada desde hace años, o eso se suponía. Los barcos de ESV ya habían parado de traer cajas enormes desde hace unas horas, el puerto había quedado vacío. Pero la noche aún era larga. Como de costumbre, un hombre avanzaba a paso ligero por los pasillos de la fábrica. Captaba la atención de las miradas de los soldados que paseaban por allí. Se preguntaban adónde iría con tanta prisa un hombre como él, ya que era nada más y nada menos que uno de los altos cargos del ejército, General, más conocido como...
...el General Rodrigo.
    Avanzó hacia el final de uno de los pasillos hasta que llegó a una puerta, con la palabra “EXIT” escrita en ella. La puerta se abrió automáticamente.


Contempló la silueta roja que dejaba en el paisaje mientras su capa ondeaba con la brisa nocturna. El General Rodrigo avanzó unos pasos para acercarse, los suficientes para que le oyese hablar desde atrás sin necesidad de colocarse a su lado. No le gustaba la idea. A pesar de ser un rango superior, el aura que emanaba le daba bastante respeto, sólo con mirarle ya se notaba lo poderoso que es. Su presencia hacía honor a su leyenda.
Los guardias se encontraban a ambos lados, todos inmóviles y sin decir ni una sola palabra, aún así todos ellos sabían que escoltarla era por pura estética, realmente no hacían falta.
 
—Hola, Titán—dijo Rodrigo.
—Hola—le contestó.
—Los dos sujetos ya se encuentran preparados, en un par de días comenzaremos con las pruebas. Los de ESV ya han terminado. Nos han entregado a todos.
—¿Y dónde está el Señor ESV?
—¿El Señor ESV?—volvió a preguntar Rodrigo, al no entender a quién se refería. Pero en un instante ya se dio cuenta—. Ah, sí, lo siento. Dijo que no vendrá al final, se quedará en Rocket City. Prefiere seguir en el anonimato. Supongo que habra cambiado de planes y no querrá meterse en un conflicto que podría no salir bien.
—Bueno, como todos aquí.
—Yo no me lamento por lo que estamos haciendo aquí. Por salvar a Rocket City... estoy dispuesto a pagar el precio. Y para el planeta entero haría cualquier cosa.
—Lo sé. Por eso te pedí ayuda con todo esto.
—¿Acaso usted le tiene miedo a algo, Titán?
—A perder. Y por favor, no me llame así... 

 

    

 

 

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