domingo, 3 de enero de 2021

Los Perdedores - Capítulo 1

 



 
 
 





 

 
 
Capítulo 1
 
Cindy miró anonadada todo el reportaje que le estaban haciendo a Megatón en las noticias, no movía ni un músculo. Aunque pareciera que estaba embobada a la tele, sólo estaba inmóvil debido a la infinidad de pensamientos por segundo que pasaban por su cabeza en ese momento. Megatón era uno de sus ídolos de la infancia, cuando ella era pequeña, quería ser una superheroína igual que él. Si Megatón la hubiese conocido cuando trabajaba en ESV... ¿qué pensaría de ella? No podía evitar verse a sí misma como una decepción. ESV era una empresa maligna, una de tantas, y esa misma mañana ella iba a embarcarse en una misión peligrosísima en un pueblo lejano con gente que apenas conoce para derrotarla. Aunque Megatón y el resto de su equipo estuviesen retirados desde hace años..., ahora que él a muerto, tenía la certeza de que si corría peligro nadie podría acudir a ayudarla. Era una sensación de soledad horrible, y una presión muy grande le apretaba en el pecho; ahora a Cindy le toca liderar su propio equipo de superhéroes. Los Guerreros de la Paz son leyendas, los mayores héroes del mundo que podían conseguir lo imposible... ¿estarán ellos a la altura? El futuro le resultaba aterrador.

    Ya eran casi las nueve de la mañana. Cindy terminaba de preparar sus cosas y guardar lo que necesitase en un macuto. Se despidió de su marido y sus hijos rápidamente y salió. Debía de llegar temprano a la casa del hombre con la máscara de extraterrestre, le dijo hace unos días que quería darle algo. Había quedado con los demás a las diez al lado de su casa, aún tenía tiempo, pero por si las moscas se dio un poco de prisa.
Cuando llegó el piso estaba tan desastroso y desordenado como siempre, ya ni siquiera le llamaba la atención el desorden. Allí estaba él. Con la misma sudadera azul de siempre y su máscara con cara de extraterrestre. Le contó a Cindy que provenía de Industrial City, allí también pudo conocer a algunos superhéroes. Aún así, parece que lo pasó bastante mal; parecía un tipo desanimado, posiblemente habrá pasado por mucho.
    —Por fin has llegado—dijo impaciente.
    —Me ha costado más despedirme de mi familia de lo que pensaba. ¿Qué es lo que querías?
    —Quería darte algo. Verás, cuando estaba en Industrial City, de crío, se me daba bastante bien la ciencia. Sacaba muy buenas notas en todas las asignaturas, incluso hice algunos inventos increíbles. Este es uno.
    De su bolsillo sacó un par de guantes amarillos. A simple vista parecían normales, pero si se observaba con atención, se podía distinguir una pequeña pantalla y unos cables muy finos que salían de ella e iban hasta el interior.
    —¿Qué son esos guantes?
    —Son unos guantes muy especiales. Puedes alterar la gravedad de los objetos a los que apuntes con ellos. Funciona apretando los puños, una vez lo hagas, apunta a un objeto y márcalo. Sabrás que lo has marcado porque se tornará azul.
    —¿Y luego qué?
    —Pues, todo lo que esté cerca de allí se verá atraído hacia ese objeto. Como si la gravedad del planeta dejase de importar.
    —Pero, esto... es un arma muy poderosa. ¿¡La inventaste de pequeño!?—preguntó impresionada.
    —Algo así, pero aún así, aún no puedes usarlo. Su batería se recarga sola, con el tiempo, y gasta tanta energía que sólo puedes usarlo unos minutos. Aún así, seguro que te resulta útil en algún momento.

    Poorman despertó muerto de frío. Estaba durmiendo en uno de los colchones de la chabola de su amigo. Las sábanas que tenía eran demasiado frías para el invierno. Ya estaban a finales de diciembre. Quedaba poco más de una semana para el año nuevo. Por suerte en Rocket City no hacía tanto frío para que nevase; aún así, vivir en la calle en invierno siempre resultaba duro. El colchón era tan incómodo que Poorman siempre se despertaba con un horror horrible en la espalda, su edad ya empezaba a hacer estragos.
La chabola estaba totalmente a oscuras, sólo entraba un pequeño rayo de luz por una de las chapas de la pared que no estaba tapada, dejando una linea luminosa que recorría todo el lugar. Poorman se quedó sentando en el colchón, mirándola. Brillaba tanto que resultaba molesto a la vista. Justo en ese momento El Pesao abrió la cortina, deslumbrándole.
    —¡Hey, Poorman! Por fin has despertado. No veas lo amable que ha sido tu amigo Connor, el panadero. Hoy me he pasado por su panadería y me ha dado algo de comida para mi y para ti. Que bueno, al salir me he tropezado y se me ha caído la mitad, pero al menos he conseguido salvar el chorizo. Con lo que me gusta a mí el chorizo, si lo llego a perder... no sé que haría. Espero que te guste a ti también, si quieres te hago un bocadillito.
    —Vale.
    A pesar de lo mucho que hablaba su amigo, Poorman seguía inmovil sentado en el colchón, lo único que hacía era mirar a un punto fijo de la habitación, como si tuviera la mente en otra parte pero su cuerpo siguiese en la chabola.
    —¿Estás bien?—preguntó el Pesao—. Te veo pensativo, ¿qué tienes en la cabeza?
    —Demasiadas cosas, Pesao. Demasiadas cosas...
El Pesao sacó de la bolsa el chorizo y un pan, que comenzó a cortar por la mitad con su navaja.
    —Es normal, hoy salías con los chicos. Estarás nervioso. ¿A dónde ibais?
    —A Sierra Ánima—respondió—. Un pueblo del norte.
    —¡Ouch! Sierra Ánima, allí sí que hace un frío que pela. ¿Te llevarás algo de abrigo?
    —No tengo más ropa—contestó Poorman.
    —Bueno, seguro que algo podrán dejarte.

Estás en Sierra Ánima. Apenas sientes los pies del frío, tus gafas no paran de empañarse y el aire que exhalas parece humo. Es normal, Sierra Ánima es un pequeño pueblo, que está situado tan al norte del país que hace frío todo el año, sobretodo en invierno. El terreno en el que se encuentra es en realidad una pequeña isla situada justo en medio de un lago no tan pequeño, con un único puente que conecta con el exterior. En esta época el pueblo se torna de blanco, pues nieva casi todos los días del invierno. Sus habitantes, como es normal, ya están acostumbrados y en cada casa cuentan con calefacción eléctrica para no pasar frío durante todo el año. En otras estaciones las calles suelen estar más animadas, pero en invierno reina el silencio. Es dificil encontrarse a alguien por allí, el único movimiento que verás será el de las luces de neón de algunos bares y restaurantes, que colorean el ambiente. En uno de los bordes de la isla, en sus orillas, había una fábrica de botellas de la empresa Indox. O eso pensaban los habitantes de aquel pequeño pueblo. En el interior de aquel terrorífico edificio, que tenía cientos de plantas subterraneas. se estaba fabricando algo mucho peor que las botellas. Cada día llegaba allí un barco de ESV y descargaba en un pequeño puerto de la zona trasera, lugar que era imposible acceder desde Villa Ánima sin barco. Descargaban grandes cajas de madera que medían más de dos metros de altura y las llevaban en fila hacia dentro.
   Ajeno a todo eso, un hombre avanzaba a paso ligero por uno de los pasillos de la fábrica. Parecía que llevaba prisa por llegar a su destino, y a medida que avanzaba por los pasillos captaba la atención de las miradas de los soldados que paseaban por allí. Se preguntaban adónde iría con tanta prisa un hombre como él, ya que era nada más y nada menos que uno de los altos cargos del ejército, General, más conocido como el General Rodrigo. Giró a la derecha en uno de esos pasillos, por donde la decoración de las paredes pasó de ser un gris aburrido a un rojo intenso. Por esa zona no había ni un sólo soldado patrullando o yendo a algún sitio, estaba vacía, pero Rodrigo caminaba por allí sin dudar, como si él fuese el único con autorización a pisar ese suelo, y eso era casi cierto. Llegó al final, dónde sólo había una enorme puerta de acero, con pinta de ser bastante gruesa. El General colocó su mano en una pantalla digital que había en un lateral de la puerta para que esta le reconociese. Al ponerla sonó un pitido mientras la pantalla se volvía verde. La puerta se abrió lentamente y haciendo un horrible ruido. Rodrigo entró y la puerta se cerró detrás de él. Se encontraba en una sala espaciosa pero oscura, nada más entrar había una larga mesa con un montón de sillas, pensada para reuniones de mucha gente. La sala estaba unicamente iluminada por tres pantallas situadas al fondo, y había alguien mirándolas. Rodrigo entró allí buscándo a aquella persona.
—Ya han sido traidos a la base todos los sujetos—le dijo.
Sin apartar la vista de la pantalla, la otra persona le contestó.
—Por favor, no los llames así. No me gusta.
—Si los vamos a usar como sujetos, los llamo sujetos—respondió firme Rodrigo—. A mi tampoco me gusta nada de esto, ¿tú qué te crees?
—Bueno, peores cosas habéis hecho.
—No te hagas ahora como que eres la mejor. ¿Cómo está el sujeto MN01? ¿Se encuentra bien? 
—Se despertó hace unos minutos, he estado mirando sus constantes y está estable. En unas horas lo meteremos en la cámara.
—Bien. bien. ¿Cómo se llamaba el chico?—preguntó Rodrigo por curiosidad.










    Quedaban unas horas para el atardecer y cada vez el frío se hacía más molesto. Debido a esto las calles estaban casi vacías, todo el mundo prefería quedarse en casa acompañados del calor de la estufa o de la chimenea. Cindy echaba de menos su casa, a pesar de llevar sólo unos minutos fuera. Se encontraba de pie en la acera, quieta. No tenía que ir a ningún lado, en ese lugar es donde había acordado reunirse con los demás compañeros de viaje. Llegaban tarde. 
    —¿Señora H.A.T?—dijo una voz a su espalda.
    Cindy se giró rápidamte, ya conocía esa voz. Era el famoso héroe local, Poorman. Se hizo conocido por salir hablando por la tele soltando un gran discurso. No había duda de que tenía buenas intenciones, aunque cuando Cindy le conoció en persona le dio la impresión de ser un tipo serio y deprimido, aunque con sus condiciones era normal. Le impresionó el hecho de que un vagabundo dedicara tanto tiempo de su vida en intentar ayudar a los demás, sin duda era alguien en quien ella podía confiar.
    —¡Buenas tardes, Poorman! ¿Todo bien? ¿Te ha sido difícil encontrar esta calle?—respondió amablemente.
    —No, me conozco bien este barrio. ¿Y los demás?
    —Pues...
    Justo cuando la Sra. H.A.T iba a responder que no tenía ni idea, vio doblar la esquina a dos personas que se dirigían hacia allí.
    —...mira, ¡allí están!—continuó Cindy.

    Se trataban de Luciérnaga y George. Los dos amigos del hombre-alien que pidió ayuda a Cindy a realizar esta misión. El nombre real de Luciernaga era Natiuth, no conocía mucho sobre él, sólo que sus poderes mágicos están relacionados con el Sol y con la ciudad dónde se crío, Yuma. Al parecer odia a ESV, y por cómo lo hace, parece algo personal. Cindy no le contó nada acerca de su pasado allí. A pesar de tener una apariencia seria, era una persona muy positiva e intentaba contagiárselo a los demás, a Cindy le venía muy bien alguien así en esta situación. 

    De George sabía menos aún. Sólo sabe que es un hombre que murió hace unos cien años... y que resucitó el mes pasado. ¿Cómo? Nadie lo sabe. Su caracter resultaba bastante pesimista, desde el principio no confiaba en que la misión obtuviese éxito. Cindy esperaba que estuviese equivocado.Los cuatro se saludaron cordialmente y se creó unos segundos de silencio que la curiosidad de George rompió.

    —¿Qué vehículo es ese?—preguntó señalando a lo que había detrás de Cindy.
    Cindy miró hacia atrás, con curiosidad.
    —Ah, ¿eso? Es una autocaravana.
    Realmente había olvidado que la autocaravana esta allí. Era el motivo por el que habían quedado en ese lugar.
    —Es un vehículo que sirve tanto para desplazarse como para vivir en él—explicó—. Mi marido y yo lo compramos hará unos años, pero no la hemos usado mucho. Pensé que nos vendría muy bien. El viaje hasta Villa Ánima es de un día y algo, con ella podremos estar cómodos durante el trayecto.
    —Ah, está muy bien. Es que antes de que yo muriese no las había—dijo George.
    —¿Y ahí podremos dormir bien los cuatro?—preguntó Luciérnaga.
    —¿Los cuatro?—preguntó Cindy de vuelta.
    —Somos cinco—dijo una voz. 
    Los cuatro se giraron y buscaron de dónde provenía, hasta que miraron hacia arriba. Era Scott Sanders, más conocido como Rana-Man. Se encontraba sentado en el techo de la caravana, probablemente llegara ahí de un salto sin que nadie se diese cuenta. Rana-Man, también estaba invitado a la misión de ir a Sierra Ánima. Luciérnaga lo había olvidado, aunque más bien... todos habían olvidado que iba.
    —Buenas tardes, Rana-Man. Llegas un poco tarde, ¿no?—preguntó Cindy, conocida en el grupo como la Sra. H.A.T.
    —En realidad llevo aquí arriba un buen rato, desde antes de que llegasen todos. Qué, ¿nos vamos ya?
    —Sí, venga.
    La Sra. H.A.T abrió la puerta de la autocaravana e invitó a todos a entrar. George y luciérnaga entraron los primero y se sentaron en dos asientos justo en frente de la entrada que contaban con una mesa. Nadie lo notó, pero ahí fue cuando Poorman empezó a mirar de reojo friamente y con cara de enfado a Rana-Man. Entraron los dos seguidos, Poorman se sentó junto a George y Luciérnaga mientras que Rana-Man en otro asiento algo separado que se encontraba justo al lado de la puerta. Cindy entró la última, esperaba a que entrasen todos para ella poder ir al asiento del conductor.
    —Bueno, ¿estáis preparados, chicos? En unos segundos caliento motores y saldremos de Rocket City—dijo nada más sentarse y coger el volante.
    Cindy arrancó y con toda la velocidad que el peso del vehículo le permitía se pusieron en marcha hacia la autopista, acompañados de la anaranjada puesta de Sol.

 
    La noche ya había llegado completamente, y con ella el frío y la oscuridad. Afortunadamente para el grupo, el cielo estaba despejado. En las últimas semanas no había parado de llover y un chaparrón podría haberles complicado el viaje, y más por la zona que atravesaban. Una carretera algo descuidada, estaba rota y llena de baches; apenas se podían distinguir las lineas que separaban ambos carriles. Cindy llevaba ya un par de horas conduciendo, pero no estaba cansada. Sabía que se trataba de un viaje largo y descansó todo lo posible en casa. Aún así, siempre podría hacerse un café para despejarse.
El viaje estaba siendo tranquilo, ninguno de los presentes había dicho ninguna palabra. Rana-Man estaba de brazos cruzados y pensando en sus cosas hasta que se dio cuenta de que Poorman le estaba mirando con cara de enfadado. Le resultó molesto, y comenzó él a mirarle también para ver si paraba, pero Poorman no se detuvo.
     —¿Qué miras?—preguntó Rana-Man con tono chulesco. 
    —Cuando la Sra. H.A.T nos dijo que te necesitábamos en el equipo no pude estar más en desacuerdo. Sé quién eres, Rana-Man. Y qué cosas has hecho.
    —Yo también sé quién eres: un tío que no se ducha y huele mal. Yo también me opongo a que esté en este equipo, eah. Hasta que te laves el sobaco al menos.
    —¿Me estás vacilando?—respondió Poorman enfadado—¿Quieres que te parta la cara?
    —Inténtalo, a lo mejor el que parte eres tú.
    —Con los de tu calaña lo intento gustosamente.
    —Cálla ya, viejo. No tienes ni idea de quién soy.
    —Trabajabas para Elf Carpenter, ya con eso tienes de sobra. Vendes drogas ilegales por las calles, asesinas a gente y haces lo que te da la gana con todo el mundo. Pues claro que sé quién eres, eres la clase de escoria que Rocket City no necesita. ¡Y acabaré contigo si con ello consigo que la ciudad sea un lugar mejor!

Después de frenar poco a poco, Cindy dejó el volante y fue a ver lo que estaba ocurriendo con esos dos. Luciernaga los había conseguido separar, aunque aún seguían mirándose enfadados. 
—Rana-Man, ven conmigo afuera—dijo Cindy.
A regañadientes le hizo casi y salieron los dos por la puerta de la caravana. Estaban en medio de la carretera, la luz de las farolas les iluminaba a ambos. Era una noche bastante fría, el invierno ya había comenzado. La Sra. H.A.T cerró al salir para tener más intimidad en la conversación.
    —Te sugiero que te relajes—dijo Cindy. 
    —Empezó el. 
    —Me da igual, sé que el más peligroso eres tú. Te contraté para que nos ayudases ¿Tanto te cuesta relacionarte y llevarte bien con otras personas? 
    —Si esas personas sólo me buscan porque les son útiles mis poderes, sí 
    —¿Y esos quiénes son? 
    —Pues todo el mundo—respondió Scott. 
    —No creo, tendrás a más gente en tu vida, ¿no? 
    —No, ni la necesito. Estoy mejor solo. Unicamente me acerco a alguien si puedo usarlo para mis antojos, las personas no me aportan nada, 
    —Entonces creo que estás totalmente equivocado, las personas de las que te rodeas pueden aportarte muchas cosas... felicidad, por ejemplo.  
—¿Sí? Ilumíname, “Señora Casco”.  
    —Felicidad, por ejemplo...—Cindy hizo una pausa, se quedó pensativa—. A ver, mira... déjalo. El trato era que trabajaras en equipo y nos ayudases. Si no lo haces, no te pago. Yo también sé quién eres y qué cosas has hecho, pero aún así esperaba que todos nos convirtieramos en buenos compañeros y trabajásemos bien juntos.
     Cindy se giró cabizbaja dando un resoplido mientras se dirigía otra vez a la caravana. 
    —Y es “Señora Sombrero”, por cierto—añadió.
    Volvieron a entrar en la caravana. Ya dentro, se encontraron con los demás, estando todos en silencio. Parecía que estaban esperando a que la Sra. H.A.T dijese algo.
    —¿Todo bien?—preguntó Zombriz.
    —Sí, sí. Solo ha sido un pequeño problema de convicencia.
    Rana-Man volvió a sentarse en el mismo sitio y se cruzó de brazos, sin mirar a Poorman. Cindy se sentó en el asiento del conductor, que estaba girado hacia atrás para que pudiese mirar a los demás.
    —Es normal, nos acabamos de conoces—comenzó a explicar Cindy—. No funcionamos como un equipo, no somos los Guerreros de la Paz.
    —¿Quienes son los Guerreros de la Paz?—preguntó Zombriz.
Todos se giraron confusos hacia él por preguntar aquello. 
    —Fueron un grupo muy famoso de superhéroes en su epoca, de los más poderosos—respondió Poorman. 
    —¿En serio? ¿Y por qué no les hemos pedido ayuda para esto? 
    —¿Quién se lo dice?—dijo Rana-Man bromeando. 
    —¡Claro, se me olvidó que estuviste muerto hasta hace poco!—exclamó la Sra. H.A.T—. Los Guerreros de la Paz fueron muy grandes, pero ellos ya no están activos. 
    —¿Y eso? —Siempre ganaron todas sus batallas contra el mal... hasta que un día... perdieron. 
    —Yo hablé con Lechuza en persona—Contó Poorman. 
    —Ji ome—dijo Rana-Man haciéndose el sorprendido. 
    —No hay duda que desde ese día la vida de todos fue cayendo en picado—continuó Poorman—, Megatón murió de cáncer, Lechuza está mal de la cabeza, el Hombre Invertebrado murió y los otros dos desaparecidos. 
    —Vaya... sólo perdieron una vez... ¿Cómo pudieron acabar así? Sólo fue una vez 
    —No lo sé—contestó Sra. H.A.T. 
    —¿Nos pasará lo mismo nosotros?—preguntó Zombriz—. Si ya ha habido héroes increíbles por ahí que han luchado mil veces contra el mal, y aún así perdieron... nosotros que somos unos don nadie, ¿cómo lo conseguiremos? ¿Qué tiene nuestro equipo de especial? No creo que seamos tan poderosos como los Guerreros de la Paz, y queremos enfrentarnos a una corporación megapoderosa...

 
Continuará...
 
    






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