lunes, 3 de agosto de 2020

Arteria #3 Despierta, necesitas ganar dinero

Quedaba poco para que acabase el mes de septiembre. Como celebración del comienzo del curso, se organizó una excursión a la montaña a pasar el día y a hacer senderismo. Ese fue el día en el que Ivy Pryce consiguió sus poderes.


Escrito y dibujado por Ranusa

 Los autobuses avanzaban lento y con dificultad por el terreno arenoso, pero afortunadamente ya quedaba poco para llegar, los alumnos estaban impacientes. Los asientos del bus estaban distribuidos de dos en dos desde el principio hasta el final. El Sapo se sentó con Rene, la cual se llevó todo el camino intentado convencerle de que comenzara a tocar algún instrumento y así poder formar una banda, pero este se negaba siempre. Detrás de ellos estaban sentados Ivy y Sonia,  hablando también de sus cosas. Sonia miraba con frecuencia por la ventana; le encantaba el paisaje de la montaña, el olor que desprendían los árboles, el sonido de los pájaros...
A diferencia de su amiga, Ivy prefería perderse el hermoso paisaje y estar atenta a su móvil, llevaba un buen rato hablando con su novio Todd. Su móvil estaba lleno de mensajes con emojis de corazones, cada vez que uno de estos le llegaba el móvil vibraba como un loco. El sonido sacó a Sonia de su trance con la naturaleza y miró a su amiga.
    —¿Estás hablando con Todd? ¿Cuánto tiempo lleváis?
    —Ah, pues los quince minutos que ha durado el viaje, ¿no? Pero no te enfades, que también te he echado cuenta a ti.
    —No, idiota—dijo Sonia al escuchar la estupidez de su amiga—. Digo que cuánto lleváis saliendo, en general.
Ivy empezó a ser consciente de su propia estupidez.
    —¡Ah! Pues como dos semanas, si te lo dije nada más empezamos.
    —Cierto.
El conductor dio un frenazo que agitó a los alumnos. Ya habían llegado, la pequeña carretera de tierra terminaba ahí, y más allá y alrededor sólo había árboles tan altos que si te adentrabas un poco en ellos apenas te llegaba la luz del sol.
Iban acompañados del profesor de lengua, Domingo. Se bajó el último del autobús para comprobar que estaban todos los alumnos fuera, después los reunió para darles las instrucciones.
    —Muy bien, ¿estáis todos? Dejad de hablar con el de al lado y escuchadme, chavales, que esto es    importante.
A Ivy le molestaba cómo el profesor intentaba hablar como un chaval de quince años aun teniendo cuarenta.
    —Pfff, qué pesao—protestó Ivy susurrando a su amiga.
    —Yo y la profesora Rosemary nos quedaremos por esta zona, tenéis tiempo libre para explorar el bosque y hacer lo que queráis, pero a las 2 tenéis que volver aquí para almorzar, ¿vale?  Espero que os hayáis traido los bocadillos.
Después de eso todos se separaron en grupitos y cada uno se fue por un lado. Ivy y sus amigos estaban pensando qué hacer.
    —¿Y a dónde vamos?—preguntó Scott.
    —Ni idea, pero no nos alejemos mucho, podríamos perdernos aquí.
    —Espera...—interrumpió Rene—. ¿Por qué está aquí Scott si es de otro curso?
    —Shhh.
    —Mirad—dijo Rene—. Tengo un libro llamado Cómo reconocer las setas, se lo cogí a mi madre. Pensaba usarlo para buscar setas que se puedan comer y cocinarlas en casa. Así nos ahorramos un dinerito.
    —¡Qué guay! Podemos ayudarte a encontrarlas.
El grupo de amigos se puso a ayudar a Rene, comenzaron a buscar alrededor de los arboles que había por allí. Ivy y Sonia buscaban juntas, mientras hablaban de sus cosas. Mientras su amiga le contaba sus movidas, Ivy se fijó en una flor roja muy bonita. Se separó de Sonia, pero ésta estaba tan concentrada en lo que estaba contando que ni se dio cuenta y siguió hacia delante hablando sola. La flor que había visto le parecía increiblemente bonita, no sabía de qué tipo se trataba, nunca antes la había visto, ni en libros ni en películas. Levantó la mirada para llamar a sus amigos, pero...


Todo eso es lo poco que recuerda de ese día. Pasadas unas 48 horas la joven Ivy Pryce despertó en la camilla un hospital. Estaba todo oscuro, la única luz que entraba en la habitación era la luz de los pasillos, pero fue suficiente para poder distinguir a su madre y a su padre dormidos en esas sillas tan incomodas que había. Estaban allí acompañándola mientras siguiese inconsciente en el hospital. Aunque no podía explicar lo que le pasó, parecía que todo estaba bien. A pesar de no recordar nada, no sufría ningún síntoma extraño ni se notaba enferma. Todo el mundo pensó que habría sido un desmayo momentaneo a causa de un mareo o algo así y al día siguiente le dieron el alta.
Parecía que todo volvía a la normalidad y su paso por el hospital sería simplemente una anecdota más. Ivy, queriendo aprovechar su situación y vivir un poco del cuento, se escaqueó y faltó un par de días más a clase, hasta que su madre la pilló. Volvió a ir al instituto con resignación, volvió a encontrarse con sus amigos... el tema del hospital ni siquiera fue mencionado, parece que todo volvió a la normalidad. Pero esa normalidad no duró apenas unas semanas...
    De vuelta a casa, mientras arrastraba los dedos por los tablones de las vallas que rodeaban los jardines de las viviendas, su mano empezó a soltar chispas de color rojo. Parecía como si una cerilla se encendiese poco a poco: de esas pequeñas chispas comenzó a formarse una llama roja que recorría toda su mano. Asustada, regresó corriendo a su casa y se lo enseño a sus padres. Ninguno podría explicar lo que estaba pasando, ambos se quedaron boquiabiertos. Intentaron darle una explicación, ¿sería una enfermedad? ¿una reacción alergica? No lo podían saber con certeza, pero en el fondo los tres sabían la respuesta.
    En Industrial City no es muy común, pero es bien sabido por todo el país cómo hubo una época dorada de héroes en Rocket City. Era la ciudad de al lado, conocida por ser la más grande del continente. Entre estos superhéroes muchos poseían habilidades sobrehumanas, que desafiaban toda lógica... es posible que algo haya cambiado a Ivy y que también tuviera “superpoderes”.
    Un fin de semana decidieron ir a alguna zona perdida del bosque, y en una pradera, poner a prueba sus poderes y de paso hacer un pequeño picnic para pasar el día allí.
Al parecer sus poderes se activaban con la fricción, al rozar repetivamente las manos con una superficie las manos de Ivy se cargaban de energía que podía liberar si ella de lo deseaba de manera explosiva. Esto le pasaba por todo el cuerpo, por eso al frotar sus pies con el suelo, la fuerza de fricción que normalmente haría que un objeto en movimiento vaya perdiendo velocidad con ella aumentaba. Parecía que patinaba por el suelo dejando un rastro de chispas rojas. En mitad del almuerzo, debajo de un árbol, mientras Ivy se comía su sandwich, su padre bromeó con que podría convertirse en superhéroe y usar sus poderes para el bien. Ella no le llamó la atención esa idea, nunca había estado interesada ni un poquito en el tema de los supers, pero él y su madre parecían entusiasmados, así que decidió intentar salir a patrullar un día con su madre por las calles. Al final decidió que no le gustaba, y no pasó nada. Pero como pasa siempre en la vida de Ivy, las cosas se complicaban: en el instituto no paraba de sacar malas notas, y un viernes su madre se encontró una botella de alcohol en su mochila. Como máximo castigo se le ocurrió que Ivy tuviera que ser superheroína, ayudar a la policía y prestar un servicio a la comunidad. Y desde entonces no hubo una sola semana en la que Ivy no le diese un motivo a su madre para castigarla. Fue cuando pasó de tener indiferencia con el tema de ser una heroína a odiarlo.
    Todo esto ocurrió en septiembre. Meses después, en la misma ciudad, Industrial City, ocurre otra historia. Industrial City era una ciudad de contrastes, en una punta tenías la zona costera, donde había grandes edificios, centros comerciales y cientos de tiendas pequeñas para los turistas... era un lugar muy denso y con mucho movimiento. En contraste a esto estaba el pequeño barrio situado en lo alto del acantilado, lleno de miles de casas pequeñas, allí era dónde vivía la mayoría de habitantes de la ciudad, un lugar más tranquilo y calmado. Mientras que en la zona costera podías ir a la playa, en la otra se encontraba la montaña, los bosques, la naturaleza... Pero por algo esta sitio es llamado la ciudad industrial, en uno de los bordes, a las afueras, en contraste con los otros lugares llenos de vida se hallaban los almacenes, las fábricas; edificios enormes con chimeneas aún más enormes que echaban humo día y noche. Era un lugar más frío, sus calles estaban desoladas y vacías, el aire se notaba sucio cada vez que lo respirabas. Era un lugar donde la policía no solía patrullar, por ello era el sitio perfecto donde acudían traficantes, delincuentes y bandas callejeras a hacer sus negocios. Y algo estaba ocurriendo aquel día, por lo que nuestra protagonista de esta otra historia decició ir a investigar.



Velozmente entró en un almacén, que a diferencia del resto, por su aspecto deteriorado parecía estar abandonado; aunque dentro se podía ver luz. El edificio estaba lleno de cajas y estánterías que llegaban casi al techo, con más cajas aún. Esas cajas no estaban solas, se podía contar a unos quince hombres armados, deambulando por allí, como si estuviesen vigilando de que no se acercara nadie. Nuestra protagonista les vigilaba. No parecían estar interesados en robar nada de lo que hubiese por allí, pero aún así no paraban de observarlo todo con detalle.
    No tardó en darse cuenta de que todos esos hombres armados estaban enmascarados. Más concretamente llevaban todos máscaras con la cara de un extraterrestre. Sospechó que podría tratarse de una nueva mafia o banda criminal organizada. Al cabo de unos minutos uno de ellos entró por la puerta y se dirigió al resto.
    —¡Este lugar no nos sirve!—gritó—Nuestro superior nos dijo un lugar menos abierto. Donde sea más difícil encontrar a los rehenes.
    ¿Rehenes? Eso no sonaba nada bien. Parecía que estaban a punto de partir, y la velocista estaba dispuesta a seguirlos, pero entonces escuchó un ruido de un arma cargándose justo detrás suyo. Era uno de ellos. Llevaba también máscara y le estaba apuntando.
    —¡Chicos, tengo a Iónica acorralada!—gritó—. Ni se te ocurra moverte.
    Ella decidió no hacerle caso. Se giró rápidamente para asustarle y que este disparase. Con gran facilidad pudo predecir dónde dispararía y así esquivarle. De un golpe le quitó el arma, que cayó al suelo. Pero ya había sido descubierta, debía moverse. Inmediatamente salió corriendo de allí, justo a tiempo para que los demás hombres no le viesen.
    —¿Iónica? ¿Quién es Iónica?—preguntó uno.
    —¡Pues la superheroína esa que corre rápido, quién va a ser! Le he disparado pero se ha escapado. A saber dónde estará.
    —¿No se llamaba Rhush?—respondió confuso.
    —¿Eh?
    —Yo oí que se llamaba Prisabel—respondió otro a lo lejos.
    Mientras unos discutían cuál era su nombre, otros se empezaron a poner en guardia, y apuntar con sus armas a todo lo que se moviese. De mientras, la chica buscó el suministro electrico del edificio. A la velocidad a la que se movía tardó escasos segundos. Apagó todas las luces y el edificio se quedó a oscuras. Todos los malhechores que había dentro se empezaron a poner nerviosos, y más nerviosos se pondrían cuando supiesen que estaban encerrados. La chica había bloqueado todas las salidas para que ninguno pudiese escapar, y ni siquiera le escucharon hacerlo. Con su móvil dejó una llamada a la policía para que se dirigiera al lugar.
    La velocista había decidido que ya era suficiente trabajo por hoy, estaba deseando volver a casa y darse una ducha. A pesar de que su casa estaba en las afueras en mitad de una pradera, gracias a la supervelocidad que tenía al correr llegó en menos tiempo que si fuera en coche. Entró a casa, encendió la luz y se quitó los zapatos y el casco. La luz del salón estaba encendida, era su padre. Su padre era un hombre largo y delgaducho, llevaba gafas y tenía el pelo tan largo que se lo recogía con una coleta, aparentaba más edad de la que tenía realmente, ya que todo su pelo era blanco y canoso.
    —¡Hija, has vuelto! ¿Todo bien? ¿Has tenido algún problema por ahí?
    Ella negó con la cabeza.
    —Has vuelto más tarde de lo que pensaba, nosotros aún no hemos cenado, ¿qué te
apetece cenar?—preguntó su padre.
    Estaba a punto de contestarle cuando un estruendoso ruido de pasos recorrió toda la escalera desde el piso de arriba. Era su madre.
    —¡Coral!—gritó extasiada—. ¡Has vuelto! Y justo a tiempo, cuando cenemos quiero enseñarte alguno de mis diseños nuevos para tu traje, ¡a ver si te gustan!
    Su madre también era una persona alta, pero más ancha que su padre. Tenía un ondulado pelo castaño y unas ojeras enormes, que por algún motivo nunca se le iban.
    Después de la cena, Coral decidió darse una vuelta por ahí, ultimamente le dedicaba tanto tiempo a su vida superheróica que descuidó su vida social. Sabía que los viernes la gente de su instituto iba por la noche al embarcadero a divertirse o echar el rato, así que fue para allá. Fue dando un paseo por el lugar, aunque no tenía muy claro para qué. Había mucha gente allí, pero no conocía a nadie. Alguna cara le sonaba del instituto, pero poco más. Sigió caminando, se oía la música altísima y distorsionada por un altavoz cutre. Trataba de ir con cuidado ya que había charcos por todo el sitio y a saber de qué podría ser eso, hasta que de repente se dio un chocazo con un chico, era alto y ancho y llevaba el pelo teñido de rosa.
    —¡Hala, lo siento!—se disculpó—. ¿Estás bien?
    Coral asintió con la cabeza.
    —Lo siento, es que estoy buscando a mi amiga. A lo mejor la conoces. ¿Te suena Ivy Pryce? Uy, por cierto, soy Sapo. Bueno, me llaman así.
    De entre toda la muchedumbre de gente que había, apareció Gustavo, estaba jadeando y se le notaba cansado. Parecía que había venido corriendo.
    —¡Hey, Sapo! ¿Has visto a Ivy?—preguntó preocupado.
    —Qué va—le contestó su amigo—. ¿Y tú a Sonia?
    —Sí,  está en un banco hablando con Rene y el Flechas. Bueno, con el Flechas no, porque él no habla nunca, pero eso.
    —Esto es un lío—dijo Sapo. Yo no sé qué hacer. ¿Qué hacemos cuando alguien del grupo está mal?
    —Normalmente Sonia es la que intenta animar.
    —Mierda. Bueno, seguro que si va Scott para allá anima a Sonia.
    —Tío, no te enteras de nada nunca, Sonia está mal porque Scott le ha dejado plantada.
    De repente los tres oyeron un grito de alguien que les llamaba. Con todo el ruido que había era difícil saber de dónde provenía. Se quedaron con la duda, pero decidieron ignorarlo. Volvieron a oir el grito, esta vez más fuerte, pudiendo saber quién era. Era Todd, el exnovio de Ivy. Venía sólo y parecía preocupado.
    —Hey, qué pasa Todd.
    —Hola, Sapo. ¿Habéis visto a Ivy? Habíamos quedado pero no ha aparecido.
    Gustavo y Sapo se extrañaron al oir eso.
    —¿Eh? ¿Tú también has quedado con ella?—preguntó Gustavo—. Nosotros la estabamos buscando, porque Sonia quería hablar con ella pero no ha aparecido.
    —¿Qué?—Todd se empezó a preocupar.
    Los tres se pusieron de acuerdo en buscarla por todo el embarcadero, preocupados por si le había pasado algo. Podrían separarse e ir cada uno por un lado. Una vez que lo hablaron... se despidieron de Coral y se fueron.
    Sin decírselo a nadie, Coral también decidió buscar a Ivy por su cuenta. Se largó del embarcadero a la velocidad de una persona normal. Una vez atravesó el puente, al salirse del camino que conducía a la ciudad sólo había bosque, que llevaba a las montañas. Se desvió por ahí para correr usando su supervelocidad y en cuestión de segudos se cambió de ropa y se puso su traje de superheroína. Aunque no fuese seguro, sospechaba que podría haber sido alguno de esos hombres con máscara de extraterrestre que la habría tomado como rehén.
    Corriendo más rápido que cualquier coche de la zona, se recorrió todas las posibles zonas de Industrial City en las que podría estar. La zona residencial, en la que se encontraban los institutos, comercios y parques fue la última que patrulló. Todas las calles parecían iguales, era muy fácil perderse allí. Había cientos de casas de dos plantas con tejado y un pequeño jardín; parecía un laberinto. Por una de esas calles se encontró un coche de la policía, parecía que estaba dando vueltas por la zona. Llevaba las luces de la sirena encendidas, por lo que es posible que también estuvieran buscando algo. Era buena señal, puede que estuviese buscando por el sitio correcto. Llegó a una zona donde había algunas tiendas y kioscos, las pasó rápido hasta que de reojo le pareció ver algo extraño en un callejón. Pensaba ignorarlo pero la curiosidad le mataba, así que se giró y corrió velozmente hacia ese callejón. Cuando llegó, encontró a alguien tirado en el suelo, entre un cubo de la basura. Era una chica. No se movía. Parecía que llevaba un traje de superhéroe, pero...
    
... ¿Quién era?

    La chica empezó a moverse, parece que se estaba empezando a despertar. La velocista consiguió verle la “A” en el pecho, se empezó a preguntar si sería Arteria.
    —Hmrghgrhh...—empezó a balbucear.
    Coral le ayudó a incorporarse. Arteria se sentó en el suelo, tambaleandose un poco del mareo que tenía.
    —Ay, ¿qué ha sido eso? Me duele todo.
    La cabeza empezó a dejar de darle vueltas, parecía que ya se le había pasado. Fue entonces cuando Arteria se dio cuénta de quién estaba a su lado.
    —Eh... eres la velocista naranja. ¿Llevas mucho tiempo aquí?
    Coral asintió con la cabeza.
    —No sé qué me ha pasado, estaba persiguiendo a unos chavales cuando he empezado a tener unas extrañas visiones. ¿Me has encontrado aquí tirada en el suelo?
    Coral asintió con la cabeza.
    —Es verdad, se me olvidaba que no hablabas. ¿No puedes o no quieres?
    A Coral se le ocurrió una idea. Sacó su movil del bolsillo y escribió en el bloc de notas su número de teléfono. Se lo enseñó a Ivy para que le añadiese a sus contactos. Ella entendió que quería comunicarse por ahí, así que sacó su móvil también para agregarla.
    —Vale, ya te he agregado.
    Ivy le escribió un “Hola”
    —”Hola :D”—le escribió Coral de vuelta.
    Esta situación se le hacía un poco extraña.
    —¿Por qué no hablas?—preguntó con mucha curiosidad.
    —”No hablo para mantener mi identidad secreta a salvo, con este casco se me ve prácticamente toda la cara, y si encima supiesen cómo es mi voz...”
    —Vaya, sí que escribes bien por Whatsapp. A mi me da una pereza poner todas las letras...
    No le respondió nada, simplemente se quedó mirándola fijamente con una sonrisa, realmente estaba emocionada por conocer y poder hablar por fin con Arteria. Se creó un silencio de unos segundos que empezó a ser incómodo para Ivy, aunque Coral parecía bastante cómoda así. Finalmente decidió decir algo para que no durase más.
    —Bueeeno, un día duro, ¿eh? Vaya coñazo ser un superhéroe.
    Coral puso una cara de confusión, cosa que Ivy notó. Ya empezó a pensar que la había cagado.
    —¿Eh? ¿Qué pasa?
    —”No te gusta ser superheroína?”—escribió.
    Ahora sí que pensaba que la había cagado.
    —Eh... pues no. Sólo lo hago porque mi madre me obliga. Realmente... lo odio.
    —”ah, vaya... a mí sí me gusta”.
    Ivy se empezó a encontrar incómoda. Empezó a pensar que había decepcionado a la chica velocista, y sabía que intentaría convencerla diciendo cosas como que ser superhéroe no es tan malo, que al tener poderes era su deber, que está bien ayudar a la gente...
    —”No te preocupes, si no te gusta no pasa nada, aunque es una pena que te obliguen. deberías hacer lo que te guste :)”
    —¿...Sí? ¡Claro, claro que sí!
    Se quedó sorprendida con la respuesta. Pero escuchar esas palabras le subió bastante el ánimo.
    —Estoy muy de acuerdo contigo, chica... velocista. ¿Ese es tu nombre de superheroína? La gente te llama siempre por uno distinto.
    —”Es normal jajaja, me llamo Spinball”.
    Sin previo aviso a la entrada del callejón aparcó un coche de policía, el breve sonido de la sirena junto con a sus luces llamó la atención de las dos chicas. Ivy sabía que era su madre, le habría estado buscando, al estar inconsciente no pudo responder a sus llamadas.
    —Bueno, tengo que irme. Tengo que informar a la policía de... sus cosas—se excusó.
    Spinball le envió un mensaje de despedida y se fue corriendo a una velocidad impresionante. Probablemente ni Jennifer Pryce se diese cuente de que estuviese ahí.  Ivy se subió al coche por el asiento de atrás. Aprovechó para quitarse la máscara, nadie podría verla a través de los cristales del coche de policía. Su madre arrancó para conducir directamente a casa.
    —¿Dónde estabas?—preguntó Jennifer—. ¿Has pillado a la furgoneta?
    —No...
    Ivy aprovechó que estaba en el coche sin hacer nada y se puso a mirar su móvil. Tenía decenas de llamadas perdidas de sus amigos, muchos mensajes de Sonia, de Scott, de Todd... al parecer se había liado parda, todos sus amigos estaban buscándola, y ella sintió que les había decepcionado, especialmente a Sonia. Ella quería responder los mensajes, pero no era capaz, sólo se ponía cada vez más nerviosa por ignorarlos. Su madre seguía hablándole.
    —¿Qué hacías en ese callejón? No respondías a mis mensajes.
    —Mamá...—dijo Ivy con desgana.
    —Dime.
    —Creo... que... he perdido mis poderes.
    —¿Qué? ¿Qué ha pasado?
    Le preguntó con verdadero tono de curiosidad e incluso de preocupación. Ivy pensaba que al contárselo su madre no le creería del todo o que se enfadaría, pero parece que era su día de suerte.
    —No sé... mientras perseguía a la furgoneta tuve una extraña visión muy parecida a la que tuve en el bosque—explicó vagamente—. Desperté en el callejón, tirada en el suelo.
    —¿Una extraña visión? ¿Qué viste?
    —Todo era naranja, como en el bosque. Sólo que había casas de fondo.
    —¿Y ya está?
    —Sí... ya no había mucho más.
    Al terminar esa conversación no hablaron más en todo el camino. Con lo tarde que era ya, no había mucho tráfico por la ciudad. Llegaron enseguida a casa. Al entrar la casa estaba totalmente a oscuras, menos por la luz de la cocina, donde al parecer estaba su padre fregando los platos. Ivy estaba tan desanimada que ni le apetecía saludar. Se dirigió directamente a las escaleras para subir a su cuarto. Subió lentamente y cabizbaja de lo cansada que estaba. Su madre entró por la puerta y pudo interrumpirla en su trayecto para decirle algo.
    —Oye, Ivy.
    —Dime. 
    —Hmmm. Será mejor que no seas más Arteria. Hasta que averigüemos qué les ha pasado a tus poderes. Si los has perdido y ya está, no pasa nada. Pero si se debiese a que estás enferma o algo así... tendremos que empezar a preocuparnos.
    Ivy le respondió con un “vale” tan desganada que casi ni se oyó, y acto seguido siguió subiendo las escaleras. Llegó a su cuarto e inmediatamente cerró la puerta para estar a solas. Se sentía fatal, otra vez. No paraba de preguntarse qué pensarán sus amigos en ella ahora, en qué escusa tendría que inventarse para explicar por qué les dejó tirados... aunque en realidad, pasase lo que pasase se sentiría culpable. Culpable por dejar a sus amigos, culpable por lo de Michael, culpable por dejarlo con Todd...
... y culpable por mentir a su madre.
    
    





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