martes, 29 de octubre de 2019

Arteria #2 Mi sombra es la única que camina a mi lado


Escrito y dibujado por Ranusa


La luz cegadora había desaparecido, todo el cuerpo de policía se encontraba estupefacto en el bosque y no sabían qué hacer. La madre de Arteria le ordenó que fuese hacia el lugar de dónde venía la luz. Ella aceptó, aunque a regañadientes.
Se dirigió hacia las luz andando, como si no tuviese mucha prisa por ayudar a resolver el misterio de los aliens. Ivy no quería estar en medio del bosque con el frío de la noche, no paraba de pensar en lo bien que estaría en su cuarto viendo una serie por el ordenador o hablando por el móvil con su novio y sus amigos.



    —¡Ay, Señor!—gritó al viento



Lo que Ivy no sabía es que la noche todavía iría a peor.



Despues de unos minutos caminando, en la lejanía entre los árboles, se podía distinguir una luz. Ivy aligeró un poco el paso para llegar a ver lo que era. La luz provenía de las ventanas de una antigua casa de madera. Se preguntó qué hacía una casa allí, y habitada. Inspeccionó un poco la zona y los alrededores por si se trataba de alguna trampa o algo; luego, de forma sigilosa se abrió paso entre la hierba alta hasta entrar en la casa.
Intentaba dar pisadas muy despacio para que la madera no crujiera al caminar. Conforme se adentraba en la casa, el zumbido se hacía cada vez más fuerte. Acabó entrando en una habitación, llena de trastos, cajas, papeles, electrodomésticos estropeados... pero no había nadie. O eso pensó. Porque justo cuando al girarse para salir se encontró con él.
No sabía qué había pasado, pero ese bicho le pegó a la pared. Ivy estaba atrapada. Era como si la gravedad hubiese cambiado para ella, como si algo la empujara hacia esa pared. Empezó a ponerse nerviosa y a intentar escapar, pero todo esfuerzo resultó inutil. El alien, que llevaba todo ese tiempo quieto en la esquina, comenzó a caminar hacia Ivy sin dejar de mirarla. Levantó su brazo, lo puso en su cabeza y...

 
     —¿...Qué acaba de pasar?—se preguntó Ivy a sí misma.



El extraño efecto paró haciendo que Ivy cayera al suelo. El chaval se le acercó a ella rápidamente.



    —¿Te ha molado, verdad?—preguntó inquieto—. Es un invento que he hecho yo. Son unos guantes con los que puedes cambiar la gravedad a tu antojo; puedes hacer que una pelota sea atraida por un perro en lugar de por la Tierra, ¡mola un montón! Quiero venderlo algún día y hacerme rico y famoso.
     —Pues ya eres famoso, máquina—dijo Arteria mientras se limpiaba el traje de polvo—. La gente te ha visto por ahí y se piensa que eres un alien de verdad. Y la policía está investigando los zumbidos extraños que hace tu casa.
     —¡Qué guay! ¡Ahora todo el mundo me conoce! ¡Yupi! ¿Crees que me darán dinero? Yo quiero dinero.



El chico parecía tener unos doce años, y no daba la sensación de que tuviera malas intenciones. Sólo era un niño que se había hecho un juguete (un juguete muy avanzado científicamente). Ivy se sintió aliviada al ver que su trabajo había terminado y que no tenía nada más que hacer. Le entraron unas prisas increíbles por volver a su casa por fin.



     —Dinero no creo, pero yo que tú no haría mucho alboroto con esos guantes. La policía podría encontrarte y quitártelos.



El chaval le miraba pero no parecía escuchar ni una palabra de lo que Arteria decía.



     —No tienes voz de mujer. ¿Vas al instituto? Mi madre es profesora. A lo mejor la conoces
     —Hmm no creo—contestó vagamente.



Estaba a punto de irse de allí, pero el chaval siguió hablando.



—Espera un momento... ¡tú eres Arteria!—gritó el chico emocionado—. ¡Qué guay, eres una superhéroina! Los superhéroes hacen cosas muy guays, si yo fuese uno me pasaría el día entero haciendo cosas, como...

     —Hmmm yo creo que no hago nada de eso—contestó Ivy sarcásticamente—, pero si algún día tengo que matar zombis te llamo, ¿va?
     —¡Sí, sí!—gritó eufórico.






Ivy salió como pudo del bosque. Con la oscuridad le costó un poco más de tiempo encontrar la salida. Cuando ya empezó a ver en la lejanía la naranja luz de las farolas, su teléfono comenzó a sonar. El suspiro que soltó hizo notar que se trataba de su madre. Al final acabó contestado.



     —¿Ivy?—dijo con la voz distorsionada por la falta de cobertura—¿Qué ha pasado?
     —Nada, dile a tus compis que se vayan. Sólo era un niño granudo haciendo tonterías... nada de lo que preocuparse.
     —Está bien... pues si ya has terminado, ve a casa, es tarde—finalizó.



Arteria continuó atravesando los arboles, hasta llegar cerca de una calle. Buscó un sitio oscuro para cambiarse y volver a su casa vestida como una persona normal. Su casa se encontraba a unos diez minutos andando, aceleró el paso porque hacía bastante frío y conforme pasara la noche más frío haría. Caminaba rápido con las manos frotándose los brazos para entrar en calor. Por suerte sus poderes sólo se activan con la fricción si ella lo desea, porque podría ser muy complicado ocultarlos; aunque en ese momento le hubiese gustado usarlos para entrar en calor. Mientras pensaba en el frío que tenía, Ivy escuchó que alguien le llamó por detrás. Era su novio, Todd. Venía jadeando, parecía que había corrido por un rato, tal vez para alcanzarla.



     —Estaba dando un paseo y te he visto. ¿Qué haces por aquí a estas horas?
     —Estaba paseando igual que tú.



Ivy notó cómo Todd puso una cara de incredulidad, aunque tratase de disimularla. Sabía que debía de contarle la verdad de lo que ha estado haciendo esos últimos meses, pero por algún motivo cuando intentaba sacar el tema siempre se quedaba en blanco. Por algún motivo no era capaz de confiar en él para contarle que era Arteria, y eso estaba llegando a incómodo para ella.



     —Creo que deberíamos dejarlo.
     —¿Qué?—dijo Todd, volviendo a poner cara de incredulidad. Esta vez sin ocultarla—. ¿He hecho algo mal?
     —No, no... es sólo que... no sé
.
Todd le pidió a Ivy alguna explicación, pero esta por mucho que lo intentaba, no lograba expresar el motivo. Probablemente ni ella lo sabría con claridad. Los motivos que sonaban en su cabeza no le parecían algo que no se pudieran arreglar hablando un día, pero aún así sentía que tenía que acabar la relación. No veía cómo podría seguirla. Ivy se quedó en silencio, fingiendo que estaba pensando la respuesta mientras miraba al suelo o a un lado. Oyó cómo Todd se sorbía los mocos, probablemente estuviera llorando. En ese momento se le empezó a formar un nudo en la garganta que duró el eterno silencio que estaba sucediendo. Entonces se fue. Se despidió como pudo y se giró rápidamente para llegar a su casa.










El teléfono móvil comenzó a vibrar y una melodía horrorosa sonó con él. Era la alarma, que sonaba como cada martes a las siete de la mañana. Ivy la oyó perfectamente. Llevaba media hora despierta. Podría haberse levantado antes, pero no podía. Desde que lo dejó con Todd la noche anterior no se veía con ganas de nada, y mucho menos de soportar otro pesado día de instituto. Además allí era muy probable que se encontrara con él, y para colmo ese día tenía examen de Educación Física. Ivy se sentía la persona más desgraciada del mundo en ese momento. Se pasó un cuarto de hora mirando al techo tumbada en su cama hasta que sus padres comenzaron a notar su demora.

    —¡¡Ivy!! ¡Despiertaaaa! ¡¿Te has dormido?!—gritó Eduard desde la cocina.

Su madre que se estaba preparando en su dormitorio para ir a trabajar, salió a paso ligero hacia el cuarto de Ivy.

    —¡¡Eh, eh!!—gritó mientras golpeaba la puerta repetidas veces—¡Que vas a llegar tarde, y hoy      tienes examen de Educación Física!

Con todo el alboroto se acabó levantando de la cama y se vistió lentamente. Tenía muy pocos ánimos para contestarle a sus padres con excusas, así que sólo emitió gruñidos que sólo ella escuchaba.
A medio escalón por segundo, bajó a desayunar. Con tanto sueño apenas tenía hambre, pero las tostadas, que hacía su padre estaban riquísimas, así que se obligó a sí misma a comérselas. Su madre no paraba de caminar de un lado a otro cogiendo todo lo que necesita y comprobando que no se dejaba nada para ir al trabajo. El sonido de sus tacones se escuchaba en toda la casa.

    —Qué prisa tienes hoy, ¿no?—preguntó Ivy con curiosidad.
    —Sí, hoy tengo que llegar antes al trabajo. Tengo que escoltar un furgón policial que traslada los delincuentes a la cárcel. No hace falta que lo escolte, pero hay algo raro en ese tío.
    —¿Qué tío?—preguntó ahora curioso el marido, que llegaba al comedor con su desayuno.
    —Se llama Ignacio Vin, lo detuvimos la semana pasada. Está acusado de asesinato, le pillaron el otro día en un callejón de la Calle Grifo junto con un cadáver. Parece un loco cualquiera, pero... creo que hay algo raro en él.

Jen terminó de prepararse y rápidamente salió de casa dando un portazo sin querer. Ivy suspiró. Nunca entendió cómo su madre se tomaba tan en serio su trabajo, creía que incluso a veces exageraba demasiado y lo volvía todo más dramático; como cuando empezó a obligarle a ser Arteria. Intentó comerle la cabeza con que si no usaba bien sus poderes estaría muy decepcionada y no querría tener una hija así. Como las notas y el comportamiento de Ivy empeoraron aprovechó eso para echárselo en cara, todo lo que hacía Ivy era una decepción para ella y pensaba que ser Arteria convertiría a Ivy en una buena chica, la chica que ella quería; pero todo eso a Ivy le da igual, ella sabía que no iba a cambiar por mucho que su madre hiciese.
Eran ya las siete y media. Ivy se había quedado medio dormida tomándose la leche. Cuando se dió cuenta de la hora cogió su mochila a toda prisa y salió de casa dando un portazo sin querer.

El frío de la mañana le iba despertando poco a poco. Recorriendo la calle principal de Industrial City, a esa hora podía observar como las tiendas y comercios abrían a su paso. Había poco tráfico, y mejor, pensaba Ivy. No quería estar comiéndose el humo de camino al colegio, bastante mal se encontraba ya, y era una pena, por que hacía un día soleado muy bonito. Su teléfono móvil comenzó a sonar, interrumpiendo sus pensamientos. Era su madre.

    —Oh, no—dijo en voz alta—¿Mamá? ¿Qué pasa?—miró al cielo y vio una inmensa columna de humo que venía de varias calles más abajo. En la plaza—. Oh, no—repitió—.
    —¡Te necesito aquí como Arteria, rápido!
    —¡Si hombre, que tengo clases! ¿Por qué hablas susurrando?


    —¡Qué dices, qué miedo!—replicó Ivy—. A saber qué le pasa a ese hombre, a lo mejor me mata.
    —Si fuese tan peligroso no te lo pediría, tú eres más poderosa.
    —No, no quiero ir—dijo cortante e inmediatamente colgó.

Otro día habría estado discutiendo con su madre media hora hasta que al final a regañadientes se habría puesto el traje de Arteria, pero ese martes no estaba de humor, lo único que quería era que la mañana pasase lo más rápido posible. Siguió caminando, mientras notaba cómo su móvil vibraba sin parar en su bolsillo. Sabía que su madre no pararía. La tranquilidad que se respiraba de camino a clase terminó pronto también, de el cruze de una calle que conectaba con la plaza comenzó a venir gente corriendo y gritando, pidiendo auxilio.

    —¿Dónde está Arteria?—Gritaba uno.

Ivy frunció el ceño y se llevo las manos a la cara, soltando un enorme suspiro de agotamiento.

    —Qué estrés de vida—dijo. En ese instante un parpadeo una estela naranja recorrió la calle y se dirigió a la columna de humo—. ¿Será la chica del otro día?— Se preguntó, y sólo había una forma de averiguarlo.

Comenzó a arrastrar los pies contra el suelo, poco a poco unas chispas rojas comenzaron a brotar de el. Con esto en lugar de quedarse en el sitio, aumentaba su velocidad hasta que con los dos pies se deslizaba por la calle como si estuviese patinando hasta la plaza. La gente por la calle le reconocía y gritaban "¡Vamos Arteria!" a su paso. 
En menos de un minuto llegó a la plaza. La policía había formado una barricada con los coches y no paraban de ordenar a los civiles de por allí que se marcharan, ya que podrían correr peligro. Pero estos no les hacían caso y se quedaban mirando embobados todo lo que ocurría. El furgón de la policía estaba volcado, casi se hubiera caído en la fuente del centro, unos pasos antes había madera rota y frutas por todas partes destrozada; parece que el furgón perdió el control y atravesó varios puestos de comida antes de volcar. Afuera del furgón se encontraba el que por descartes tenía que ser ese tal Ignacio. Estableció contacto visual con Arteria, y ella le miró a él, en silencio. Todo eso fue interrumpido por un policía de detrás de un coche.

    —¡Arteria, estás aquí!—gritó aliviado—. Ayúdanos a atrapar a ese tío, por favor. Es un asesino. 

Detrás de aquel poli distinguió a su madre, que estaba agachada junto a los demás en la barricada, pensando en alguna forma de atacar.

    —Está bien—dijo Arteria. Se agachó y puso las palmas de las manos en el suelo y como si de una cerilla se tratase, con la fricción de sus manos en el suelo las prendió con una llama roja chispeante— Os ayudaré.
La mirada de Ignacio se tornó amenazante tras ver las manos de Arteria. Movió él las suyas hacia ella también. Los policías comenzaron a apuntarle con las armas, sorprendidos de que volviera a moverse. Aunque sabían que las balas no le hacían nada




El humo le daba a Ivy en toda la cara, cada vez le costaba más respirar y no paraba de toser. La fuerza del humo apagó sus poderes y comenzó a asustarse, pero de repente un aire muy poderoso lo sacudió todo, parecía un huracán. Ivy cayó al suelo aturdida. Cuando se recuperó observó el panorama.
Ignacio estaba atado y aturdido en el suelo. A su lado se encontraba la velocista, prácticamente intacta. La humareda de la zona se estaba empezando a disipar.
Esa chica había detenido al tío del humo con una velocidad increíble. Arteria se levantó del suelo y se sacudió el polvo de sus hombros y de sus rodillas. Los policías y la muchedumbre aplaudían a la chica naranja. No hay duda de que tenía potencial. Pero Ivy en lugar de mirarla a ella miró rápidamente a su madre, y como la conocía muy bien adivinó que ella le estaría mirando también.

    —¡Guau, qué útil he sido aquí!—dijo sarcásticamente.

Estaba deseando decirle a su madre un gran "te lo dije, no hacía falta que viniese.", pero se limitó a hacerle a su madre una V con los dedos. Ahora su atención si se desvió a la chica velocista, le causaba curiosidad. Estaba a punto de acercarse para presentarse por segunda vez hasta que recordó que llegaba tarde a clase y salió de allí pitando.




La sirena de la primera hora comenzó a sonar. Todos los alumnos comenzaron a irse a sus respectivas clases antes de que llegasen los profesores. Aún así podían seguir hablando dentro del aula. La clase estaba divida en dos o tres grupitos de compañeros y amigos hablando, aunque hoy parecía que todos hablaban más bajo. Ivy no lo notó, porque se puso en los asientos del final al lado de la ventana. Con los brazos cruzados y con la cabeza apoyada en ellos, a ver si se conseguía dormir.
Cuando estaba a punto de conseguirlo la profesora Rosemary entró por la puerta. Todos los alumnos se dirigieron a sus mesas. Sonia miró a Ivy, que seguía con la cabeza agachada, con preocupación. Rosemary se quedó en su mesa esperando a que el cuchicheo acabase para poder empezar a pasar lista. Ivy se incorporó y se sentó correctamente para escuchar a la profesora decir su nombre.

    —¿Ivy Pryce?
    —¡Aquí!
    —Muy bien... ¿Michael Quesada?

Nadie respondió. Las caras de todos se tornaron series.

    —¿Michael Quesada?—volvió a preguntar.
    —Seguro que está buscando OVNIs ahora mismo—bromeó Ivy

Le sorprendió que nadie dijera nada ni se riese al decir ese chiste. Todos permanecieron en silencio yv se giraron hacia ella con los ojos como platos. Era extraño, normalmente a la gente le hacía gracia cuando Ivy se metía con Michael de broma, hasta al propio Michael; pero ese día parece que no. La gente dejó de mirarla, pero Ivy se dió cuenta de que Sonia, su amiga, seguía mirándola desde unos asientos más adelante, con el ceño fruncido. Ahí fue cuando Ivy se dio cuenta de que la había cagado.

La clase continuó, la profesora Rosemary empezó un nuevo tema de Física, que caería en el exámen. Mientras ella hablaba la clase apuntaba lo que ella decía en sus cuadernos. Tenían que hacerlo rápido o se quedarían atrás. Sonia Simonson tenía gran habilidad para ello, sus apuntes siempre eran legibles a pesar de lo rápido que escribía. En uno de los pocos segundos de pausa que dejaba la profesora entre palabra y palabra, pudo permitirse mirar para atrás y mirar a Ivy: Estaba dormida con la cabeza  en la mesa. Giró la cabeza molesta porque sabía que luego le tendría que dejar a ella los apuntes, aunque tras darle muchas vueltas en la cabeza le resultó raro que Ivy se durmiera en clase, normalmente está sentada mirando a la nada haciendo como que atiende y, de vez en cuando, atiende de verdad.

Fue eterno, pero por fin sonó la sirena del cambio de clase. Tocaba gimnasia, así que todos tenían que recoger sus cosas deprisa e ir al patio del instituto. Sonia salió la primera al pasillo, miró a todas direcciones entre el bullicio de tanta gente yendo de una clase a otra. Parecía que buscaba a alguien. A un lado de la escalera, apoyado en la pared, estaba Scott Sanders, quieto. Sonia le vio y se dirigió hacia él. Estaba muy serio, y era raro lo quieto que estaba con lo revoltoso que era el chaval.

    —¡Hola, Scott! ¿Va todo bien? No me respondiste los mensajes.

Scott miró hacia otro lado para no mirar a Sonia a la cara. Su mirada parecía algo triste. Sonia insistió

    —¿Pasa algo?
    —Nah—seguía sin mirarle, y en lugar de responderle se marchó.

Sonia sabía que algo pasaba, conocía a Scott muy bien y sabe que se estaba haciendo el duro para aparentar que no le preocupaba algo. El problema es que también sabía que era muy cabezota. Preocupada observó cómo se alejaba su amigo sin poder hacer nada, mientras que por detrás se acercó Ivy y le tocó del hombro.

    —¿Me explicas por qué la he cagado antes en clase?
    —¿No te has enterado de lo de Michael?—preguntó con asombro—. Lo sabe casi todo el mundo de nuestro curso ya. La madre de Michael se lo contó a su amigo por Whatsapp y se ha extendido como la pólvora.

Continuaron la conversación, pero esta vez andando; no querían llegar tarde al examen de gimnasia.

    —Vaya. Pues no estoy yo muy atenta hoy.
    —Esa es otra, ¿qué es lo que te pasa? Te has pegado toda la clase durmiendo.
    —No me encuentro muy bien. Anoche pasaron... cosas.
        ¿Me vas a contar ya lo de Michael?—insistió.
    —Te lo cuento en el recreo si tú me cuentas lo tuyo.

Ivy sabía que con su amiga era imposible negociar y era poco probable que lograra sacarle información sin que ella le contase primero lo que le había pasado con Todd. Sonia era como la madre del grupo, siempre estaba preocupándose por el bienestar de todos. Y si sabía que te ocurría algo no pararía hasta saberlo e intentar ayudarte. A veces era un poco exagerada, pero todos en el grupo le tenían aprecio, les hacía sentirse queridos. Aunque a veces sus consejos de cómo cambiar eran algo irritantes.


Llegó la hora del examen de gimnasia. Los chicos y las chicas se fueron cada uno a sus respectivos vestuarios para cambiarse y ponerse ropa más cómoda para hacer deporte. Las pruebas del examen consistían en dar vueltas al campo durante veinte minutos, para comprobar la resistencia. A la hora de educación física se juntaban dos o tres clases a la vez de cursos distintos, cada una con su profesor. Los veinte minutos corriendo se hacían eternos, pero mientras Ivy aprovechó para echar un vistazo a los alumnos de las demás clases para ver si estaba la velocista entre ellos. Sabía que era una chica y que tendría más o menos su edad, pero no recordaba bien su cara pues siempre se movía muy rápido de un lado a otro. Ninguna chica de las demás clases parecía correr más rapido de lo normal ni nada por el estilo, si se encontraba entre ellos disimulaba muy bien.

Después del horroroso examen de gimnasia llegó la hora de lengua, que se pasó en un soplido. La sirena sonó y todos los alumnos salieron pitando al recreo. El alboroto se podía escuchar desde dos calles más abajo. Los primeros en bajar al patio siempre eran los que querían comprar algo en la cafetería, luego estaban los demás yendo rápido a sus sitios para que no lo ocuparan otros antes. Algunos chicos cogían siempre una pelota y se ponían a jugar al fútbol. Los más mayores salían fuera a fumar, por lo que no molestaban mucho.
Ivy y su amiga buscaron un lugar apartado debajo de un árbol donde sentarse a hablar. Buscó en su mochila su desayuno, pero descubrió que se le había olvidado en casa. Por suerte Sonia sacó de su mochila una enorme caja de galletas.

    —Bueno—dijo Sonia mientras cogía una galleta—, ¿qué ha pasado?
    —Lo he dejado con Todd.
    —¡¿Quééé?!—gritó—¿Y eso?
    —No lo sé, digamos... que la cagué.
    —Pero Ivy, tú siempre la cagas.
    —¡Muchas gracias por tu apoyo!—contestó sarcástica.
    —Vale, es verdad que he metido mucho el dedo en la llaga. ¡Pero es que Todd y tú hacíais tan buena pareja! Aunque, bueno, ¿sólo llevabais unos meses, no? ¡Es más, recuerdo que me dijiste lo mismo cuando lo dejaste con Sydney! Me dijiste que "la habías cagado"—dijo haciendo las comillas con los dedos— y lo que había pasado es que la dejaste plantada en una cita.

Del cielo una pelota cayó justo al lado justo al lado donde estaban las dos chicas sentadas, que pegaron un bote del susto.

    —¡Coño, que casi me dan!—gritó Ivy enfurecida.

Parecía que los chavales que jugaban en el campo habían decidido que aquella vez le tocaba ir a buscar la pelota a Scott Sander. Después de protestar un rato tuvo que ir aún así a por ellas. Le entró la risilla al ver que el balón casi les da a Ivy.

    —¡Eh, Pryce! ¿Me la pasas?
    —Toma, capullo.

Le tiró el balón con mala leche y este se fue. Ivy se volvió a sentar para volver a la conversación, pero notó que Sonia ni se inmutó y seguía mirando hacia el frente. Dedujo que miraba a Scott.

    —¿No notas que Scott está raro? Ni me ha mirado.
    —¿Eh? Pues no sé.

Ambas se quedaron en silencio unos minutos. Al recreo ya le quedaba poco tiempo de vida aquel día.

    —Bueno... ¿quieres seguir hablando de lo tuyo con Todd?—dijo cortando el silencio.
    —Pues... la verdad es que no. Prefiero que me cuentes tú algo y así tengo la cabeza en otra cosa. Por ejemplo: ¿Te gusta Scott?

Sonia se sobresaltó para atrás un poco, y con lo blanca que era su piel, se volvió roja como un tomate.

    —¡¿Eh?! ¿Y eso a qué viene?
    —¡Venga ya! Te he visto cómo le miras. Y lo cerca que te sientas de él en el embarcadero.

Lo negó un rato, con la cara aún roja, pero no podía engañar más a su amiga, le había pillado.

    —¡Está bien! Me gusta Scott. Y es por eso por lo que estoy preocupada. Con lo raro que ha estado hoy temo que yo no le guste o algo así.
    —Está claro que algo le pasa—afirmó Ivy. Pero no tiene que ser por ti. Este viernes quedaremos todos en el embarcadero, ¿por qué no le dices lo que sientes allí? Y si fallas, bueno... a lo mejor está borracho y no se acuerda al día siguiente.
    —Pues... no parece mal plan—dijo más animada.

Sonó la sirena que marcaba el fin del recreo. Si las clases de una hora parecía que durasen mil, la media hora del recreo parecía cinco minutos. Con desgana los cientos de alumnos que había en el patio se fueron marchando hacia el interior. Ivy y Sonia se levantaron también. La primera fue a tirar la caja de galletas a la basura, mientras que la segunda le esperaba de pie, con las dos mochilas a cuestas al lado del árbol.

—¡Oye! No me has contado lo de Michael—recordó.
—Es verdad—ambas se reunieron y caminaron hasta la puerta. Verás, ¿sabes que los padres de Michael trabajan en una gasolinera, no? Al parecer ayer tenían algo que hacer y Michael se ofreció a atender en caja por la noche. Y esta mañana apareció malherido de gravedad, y toda la gasolinera estaba destrozada. No se sabe quién ha podido ser, algunos sospechan de unos gamberros. Michael ahora está en el hospital, no saben cómo mejorará. Tenía como arañazos en el pecho y perdió mucha sangre.

Nuestra protagonista se quedó en silencio. Era más grave de lo que pensaba. Con razón todos se le quedaron mirando raro hace un momento por esa broma. Si antes estaba desanimada, eso le había desanimado aún más. Se pasó el resto de las clases con la cabeza en otro sitio. "Si hubiese tenido la confianza para decirle a Todd que soy Arteria..." "Si no me burlase tanto de Michael...."







Todos los profesores en preescolar tarde o temprano acaban haciendo la misma pregunta: "¿Qué queréis ser de mayor?". Una pregunta algo complicada para unos niños de cuatro años, algunos decían que no sabían, otros decían algo al azar, a algunos les gustaría ser superhéroes... tan pequeños no podrían reflexionar lo que significa esa pregunta. Pero, aún así, siempre había algunos que respondían decididos.

En el año 980 Ivy Pryce vivía en Rocket City con sus padres. Su padre Eduard Pryce trabajaba de sastre en una pequeña sastrería en San Pedro, mientras que su madre Jennifer Pryce, trabajaba de Oficial de Policía del departamento de Rocket City. Ivy se crió allí desde que nació hasta los diez años, cuando su madre fue transladada al departamento de Industrial City, una ciudad costera al sur del país.

Las dos de la tarde. Cada día hacía más calor, la primavera estaba llegando. El señor Pryce se encontraba en su estudio, terminando los últimos retoques de un traje hecho a medida que le habían encargado. Comenzó a recoger sus cosas cuando oyó la puerta de la entrada cerrarse de un portazo. Se trataba de su hija, y él lo sabía bien. Había tenido un día pesado, nada más llegar a casa tiró la mochila en el primer rincón que vió y se tiró al sofá. Después de estar unos minutos tirada ahí se percató de lo silenciosa que estaba la casa.

    —¡Mamá!¡Papá! ¿Estáis ahí?—gritó.
    —¡Sííí! ¡Estoy en mi estudio!—gritó su padre, para que pudiera oirle desde arriba.

Con algo de esfuerzo fruto de la pereza se levantó del sofá y subió para ir a ver a su padre, que tenía su estudio en el ático. Abrió la puerta con cuidado, de no ser por la lámpara del escritorio estaría todo a oscuras; no había ventanas en el ático Las paredes estaban llenas con bocetos de vestidos, trajes. Y había maniquíes al rededor con trozos de tela. Todo el escritorio también estaba lleno de papeles. Su padre estaba sentando dibujando en uno de ellos.

    —Hola, papá.
    —¡Hey! ¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido en el instituto?

Ivy se sentó en una silla al lado de su padre

    —¡Fatal! ¿Sabes que casi llego tarde a primera hora por culpa de mamá? Quería que le ayudase siendo Arteria con no sé qué tío que lanza humo. No veas cómo se ha puesto, chillando por teléfono. Qué rabía, ¿por qué tiene que obligarme a hacer esas cosas? ¿Porque tengo superpoderes tengo que ser superhéroe? No hay una ley que diga eso. Uff, ¡qué rabia!
    —¡Jaja!
    —¿De qué te ríes?
    —Nada, nada. Es que eres muy graciosa cuando te enfadas, no paras de hablar. Sobre tu madre... entiendo que te moleste. Yo no le digo nada porque sé que lo hace por tu bien, creéme. Conmigo también era así cuando nos conocimos, antes de salir. No me creerás, pero yo era mucho peor que tú.
    —Ya, si me lo has dicho muchas veces, pero... ¿por mi bien de qué? Ñeh. Podría hacer otra, y no ser superhéroe, que lo odio. ¡Y el traje que me hiciste es muy feo!—reprochó con tono de broma.

El señor Pryce comenzó a reir.

    —¿No te gusta mi traje? En internet he visto que la gente lo dibuja mucho. Además el rosa te queda bien.
    —¡Qué va!
    —Por cierto, ¿no tenías examen de gimnasia?
    —¡Eh... s-sí! Lo he suspendido.
    —¿Otra vez, Ivy? Pero si eres una superheroina, ¿no te debería resultar fácil esas cosas?—rió.
    —¡Si tuviese superfuerza sí, pero no la tengo!
    —Ay... pues ten cuidado de que no se entere tu madre, jeje.
    —Ya...
    —No te quiero echar la bronca, pero... ¿cuántos exámenes llevas suspendidos ya? Me parece contar este trimestre unos cinco. Deberías espabilar, si sigues así todos los cursos no podrás alcanzar la nota que necesitar para llegar a la universidad que te guste... porque querías entrar en la universidad, ¿no?
    —No tengo ni idea—respondió Ivy con un suspiro—.No sé si quiero entrar en la universidad.
    —¿No tienes claro a qué dedicarte?—respondió su padre con asombro—. Bueno, todavía tienes tiempo para pensarlo. Pero recuerda, es una decisión muy importante.
    —Ya, ya. Sin presiones.
    —No te preocupes, es cuestión de tiempo que encuentres algo. Yo tampoco tenía muy claro que hacer, hasta que encontré la sastrería y conseguí un estilo propio. ¿Por qué te crees que mucha gente me pide encargos a mi y no a otros sastres de la zona? Porque aunque cumpla las peticiones de los encargos, siempre lo hago a mi estilo. Te he escuchado tocar, la guitarra. A lo mejor deberías ir por ese camino, seguro que en poco tiempo encontrarás algo a tu estilo propio, y eso te hará unica.

Ivy reflexionó las palabras de su padre. Su tripa comenzó a rugir, se moría de hambre, así que se fue para abajo a prepararse algo de comer. Cuando estaba a punto de bajar su padre le interrumpió.

    —¡Eh, Ivy! Espera un momento. Ya que te he soltado todo este rollo... no quiero que sea para nada. Tengo una idea.
    —¿Qué idea?—respondió con curiosidad.
    —Verás...

Llegó el viernes. La semana había pasado duramente y se había hecho eterna para Ivy. Llevaba desde el lunes sin hablar con Todd. Aunque le veía por los pasillos de vez en cuando, no se atrevía a hablar con él de nuevo. Ese día había quedado en ir a sus amigos en el embarcadero, pero antes de ir primero fue con Rene y El Sapo al Tiendamall, un supermercado en el que vendían todo tipo de alimentos para comprar algo de beber y comida.
Ivy y Rene estaban mirando las patatas mientras Sapo se fue a buscar algo.

    —¿Te gustan las clásicas o las campesinas?—preguntó Rene.
    —Me gustan las dos—respondió con indiferencia.

Rene cogió las campesinas, que estaban más ricas. Siguieron mirando cosas por el supermercado a ver si veían algo interesante, aunque no tenían mucha intención de comprar algo. Rene notó que su amiga llevaba toda la semana extraña y quería sacarle el tema en algún momento.

    —Oye... ¿cómo llevas lo de Todd?
    —Estoy bien, no te preocupes.

Rene iba a volver a preguntarle, esta vez más en serio, pero apareció Sapo por detrás. Estaba molesto porque no sabía dónde encontrar el zumo de sandía, pero ninguna de sus dos amigas lo sabía tampoco. Al final salieron de allí y se dirigieron con el resto de sus amigos. A Sapo le gustaban mucho los superhéroes, y sacó el tema para tener conversación de camino al embarcadero.

    —¡Ey! ¿Habéis visto en las noticias a la velocista de naranja?
    —No...—contestó Rene—. Aunque mi hermana me dijo que la vio el otro día. ¿Cómo se llama?
    —Nadie lo sabe. En las noticias la llaman Iónica, pero cómo no habla nunca ha dicho su nombre. ¡Aún así es la leche! Venció al hombre de humo en cinco segundos. ¡Ni a Arteria le dio tiempo a aparecer!
    —Sí, menos mal que no apareció...—dijo Ivy en voz baja.

Finalmente llegaron con sus amigos, que eran Gustavo y el Flechas. Ivy notó que no estaban Sonia y Scott. Al parecer Sonia sí que se atrevió a quedar con él y decirle lo que sentía, o eso supuso.
La tarde transcurrió normal. Rene puso música a tope por el altavoz mientras que Gustavo empezó a hacer el tonto; quizás haya bebido un poco. Ivy se lo pasaba bien allí, hasta que recibió un mensaje de Todd.

    —¿Has venido hoy? Tengo que contarte una cosa—decía el mensaje.

Se empezó a poner nerviosa y a mirar a todos lados por si lo veía entre la multitud. Decidió ir ella misma a buscarlo, se despidió bruscamente de sus amigos y marchó a ello. Le costaba moverse entre tanta gente, a las nueve de la noche eso se llenaba de jovenes haciendo el tonto. Cada dos pasos que daba escuchaba tres canciones distintas de tres altavoces distintos. Aquello era una odisea, pero por suerte logró salir a un hueco con menos gente y barullo. Su telefono empezó a sonar. Supuso que era Todd, que le habrá visto desde lejos. Era Sonia.

    —¿Ivy? ¿Dónde estás?

Su voz sonaba rota y temblorosa. Nunca había visto a Sonia llorar, pero sólo con escucharla por el móvil sabía que lo estaba haciendo.

    —Estoy... no sé. Hay mucha gente. ¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado?—dijo alarmada.
    —¿Puedes venir conmigo? Estoy en los bancos al lado del puente.
    —¿No estabas con Scott?
    —No ha venido. Le he llamado y me ha colgado sin decir nada.

Ivy se puso de camino hacia allí. Todd podía esperar. Iba de camino preocupada por su amiga pero también enfadada maldiciendo a Scott. Recibió otra llamada, esta vez era su madre.

    —¿Qué quieres, mamá?—contestó cabreada—. Ahora no puedo.
    —¡Ivy! ¡Necesito que vengas al distrito 1! Es muy urgente, urgentísimo.
    —¡No puedo ahora mismo! ¡Ha pasado algo grave!
    —¡Esto sí que es grave!—gritó—. Hemos estado siguiendo en silencio a una furgoneta hasta que se han parado. Estamos escondidos para ver qué hacen, pero creemos que son los que atacaron al chico de la gasolinera ayer.

Los ojos se Ivy se agrandaron. Sí que era importante. Pero si se iba no podría ir con su amiga. Sabía que su madre no le dejaría elección. Cada vez estaba más enfadada por teléfono gritando mil y un castigos que le pondría si no iba. Sabía también la bronca que le caería luego y lo mal que le trataría su madre el resto de sus días. No tenía elección.
La furgoneta roja llevaba ya un rato parada. No parecía salir nadie de allí, supusieron que estarían hablando de algo. La calle en la que se encontraba parada estaba pegada a otra, sólo había unos arbustos que las separaban. Los dos coches de policía se ocultaban entre esos arbustos, en la otra calle. En silencio comenzaron a salir polis de ellos, entre ellos Jennifer Pryce y Rodríguez. Se pusieron agachados para observar, pero no parecía haber movimientos.

    —¿Qué están haciendo? ¿Por qué llevan media hora ahí parados sin hacer nada?—preguntó uno de los agentes desesperado.

El inspector Rodríguez trató de calmar la situación. En cuanto confirmen que los de la furgoneta son los bándalos de la gasolinera, irán directo a por ellos.

    —Nos vendría bien si Arteria se pasase por aquí, nos haría el trabajo más fácil.
















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